Un país en alerta. El tono de nación en guerra no se observa de modo contundente pero está ahí, en gestos, en instrucciones duras. También en las dificultades que implica hoy llegar a Israel debido al temor de las aerolíneas de que un proyectil destruya un avión con pasajeros. Ese miedo no concierne solo a las empresas. Es una realidad en extremo posible hoy aquí.
Cuando se ingresa al aeropuerto Ben Gurion en Tel Aviv se ve un racimo de grandes carteles repartidos por los pasillos que muestran dibujos de gente corriendo y un enorme letrero que anuncia “shelter”, refugio. Los letreros marcan el sitio donde debe la gente protegerse si la base áerea, la principal de Israel, es bombardeada.
En Madrid, el vuelo de la compañía israelí El Al, una de las pocas sino la única que cumple rigurosamente su organigrama con destino a Tel Aviv, estaba vigilado en la puerta de ingreso de los pasajeros por tres oficiales de seguridad con un equipamiento de estilo rambo, que sorprendía. Ese vuelvo viajó colmado.
La vigilancia tiene otras dimensiones a las que no estaba acostumbrado este cronista. En París, el vuelo de El Al, en el cual finalmente se logró conseguir un asiento, una persona del equipo de la compañía lo sometió a un intenso interrogatorio que incluyó hasta definir el credo propio o familiar o que celebraciones festejaba uno, la Navidad por ejemplo.
Era una mujer negra intensa, con muy buen inglés, de gestos rápidos, y actitud de líder, que iba anotando cada palabra. No le parecía creíble que el periodista estuviera viajando solo. “Y dónde está el resto del equipo decía”. No hay. Uno le explicaba que ha estado antes, varias veces, en conflictos en Israel y que siempre trabajo sin asistentes. Tampoco le parecía suficiente la credencial que acreditaba la profesión del enviado. Las explicaciones las escuchaba con atención y las resumía en una planilla que llevaba con una extensa cantidad de números.
Luego le entregó el pasaporte a una colaboradora a quien se debía seguir hacia un rincón al fondo del largo pasillo de los embarques. Ahí había una especie de depósito pequeño a disposición de El Al, con maquinaría especial para detección de químicos, semejante a los de la zona de revisión del equipaje de mano en el ingreso a la zona de embarque.
Todo lo que llevaba el periodista fue pasado por detectores. El contenido de un morral donde había dos computadoras, los documentos personales, cada bolsillo explorado con un instrumento que la muchacha digitaba con habilidad, también el celular y el casco de seguridad. Media hora duro ese trámite. Luego, recién en el desk de ingreso al vuelo el periodista recibió su tarjeta de embarque.
El vuelo, totalmente lleno, se dividía entre jóvenes, algunos matrimonios con niños y gente ya madura regresando a Israel para consolar a sus familiares por el dolor causado por el brutal ataque de Hamas. La gente joven se identificaba más rápidamente con remeras con la bandera israelí y aplaudiendo con comentarios que hacía el piloto.
En el aeropuerto de Tel Aviv, en una de las puertas de ingreso, una nube de chicos gritaban y resonaban tambores con una enorme bandera de Israel. Datos de un nacionalismo estimulado por los horrores vividos y que se ve en la solidaridad nacional con las familias de las víctimas y los militares a cargo de reprimir al grupo terrorista.
En la recorrida por Tel Aviv se notó una ciudad tranquila en el atardecer, con transito normal y gente caminando con soltura. En Jerusalén había menos peatones, la hora ya era más tardía, pero no se veían militares en las calles.
“La seguridad es total, no se ve pero está”, aclara el remisero que lleva al periodista a Jerusalén, un hombre de 67 años llamado Hissim, con experiencia en combate en sus años más jóvenes. Se dice prudente por la edad, explica cuando el periodista le pide que lo lleve pronto al sur, a Sderot. “Ahí está muy peligroso todavía” afirma meneando la cabeza, “ahí no voy, ya no pero seguro habrá quien lo haga”.
Luego remonta la charla con el asombro por la tragedia vivida por la gente del sur del país durante el ataque y repite una noticia que aquí se ha viralizado sobre que habría habido bebes o niños más grandes decapitados por los atacantes. Esa información es controvertida, no hay datos concretos y algunos periodistas contradicen a otros. Pero entre la gente esa discusión no existe, lo que reina es una angustia aguda y la demanda de un acción militar que destruya de una vez y para siempre a Hamas. “Son bestias, peores que los nazis”, resume Hissim.