El Partido Republicano sucumbe al carisma populista de Trump

A sus 67 años, Jane McManus ha votado por todos los candidatos republicanos que se han presentado a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, hasta que llegó Donald Trump. Mientras el magnate neoyorquino, cuatro veces imputado, siga manteniendo el control del partido a base de primarias, Jane dice que se quedará como independiente. «Siento que los líderes actuales del Partido Republicano han abandonado el compromiso con sus valores fundamentales y la gobernanza efectiva», dice esta votante de New Hampshire, uno de los estados clave en el panorama electoral de EE.UU. por ser el primero en mantener primarias, tras los caucus de Iowa.

Esos valores, según Jane, incluyen la moderación en el gasto público, mantener al estado alejado de asuntos sociales y reforzar la seguridad en la frontera. Todo eso, lamenta, ha quedado de lado por una especie de «poder místico» de Trump sobre unas bases republicanas que «han dejado de ser sensatas». Casos como el de esta votante, que hasta su jubilación se ganó la vida en el desarrollo de software, explican cómo el expresidente sigue encadenando triunfos en primarias, mientras el partido pierde elecciones, como en las últimas presidenciales, o si se impone, lo hace por márgenes nimios, privado de triunfos contundentes como le sucedió en las elecciones parciales del año pasado.

Agenda más aislacionista

Es patente que la agenda republicana ha cambiado y se ha hecho más aislacionista. Por un lado, la defensa del libre comercio y la desregulación han dado paso a un mayor proteccionismo económico y las guerras arancelarias de la era Trump contra Europa y China. Por otro, el intervencionismo defendido desde los años 80 para contener el avance del comunismo y promover valores democráticos ha sido abandonado en favor de una mayor insularidad y un creciente escepticismo a la hora de apoyar a viejos socios.

Hace apenas cuatro décadas, el Republicano era el partido de la defensa a ultranza de la OTAN. Votantes como Jane apoyaron en masa a Ronald Reagan, quien durante su presidencia defendió a la Alianza Atlántica como el más preciado baluarte contra la expansión soviética en Europa y Latinoamérica, e invirtió en modernizar las fuerzas armadas de sus aliados. El último presidente de ese partido, Trump, planteó en varias ocasiones la posibilidad de retirar a EE.UU. de la OTAN, a la que calificó reiteradamente de obsoleta.

A pesar de las marcadas diferencias entre el perfil empedernidamente optimista de Reagan y el fatalismo de Trump, a las más fieles bases republicanas no les resulta difícil equipararlos. Este mismo mes de julio, el prestigioso centro de estudios Pew hizo una encuesta al respecto y ambos casi empataron cuando se le preguntó a los votantes del partido quién es el mejor presidente de la historia: un 40% respondió que Reagan y un 37%, que Trump.

Caso de ‘trumpismo’

Así, no pocos analistas consideran que el votante republicano de primarias adolece de un preocupante caso de ‘trumpismo’. Ni los dos juicios de ‘impeachment’, ni la derrota en las elecciones de 2020, ni las falsas denuncias de fraude y el saqueo del Capitolio han hecho desfallecer a los más enardecidos militantes republicanos en su apoyo a Trump. Las encuestas de voto en primarias lo elevan a cotas estratosféricas por encima de los demás aspirantes. Ni siquiera sus cuatro imputaciones por 91 delitos, la más reciente por injerencia en unas elecciones, le han perjudicado en esos sondeos. La media de Real Clear Politics le vaticina un resultado de más del 52%, muy por encima del 14,5% de la segunda opción, el gobernador de Florida, Ron DeSantis.

Se trata de una bunkerización republicana, según algunos expertos. «Estas acusaciones de delitos son oro político para su posición en las primarias republicanas, pues ha habido un efecto significativo de apoyo a Trump entre los votantes conservadores que impulsa su posición política, así como su recaudación de fondos», opina el profesor Erik Nisbet, experto en comportamiento político en la universidad Northwestern. «Este efecto de agruparse en torno a Trump también aumenta el potencial para la continua normalización de la violencia política entre el electorado estadounidense», añade.

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Los clásicos republicanos

En suma, se ha acabado normalizando que en EE.UU. haya estallidos de violencia política, entendidos como ejercicios del derecho a la libertad de expresión. Sólo así se explica, desde ese punto de vista, que el electorado republicano no haya abandonado en masa a su partido tras el saqueo del Capitolio en 2001, que se saldó con cinco muertos.

La opinión de los votantes independientes y moderados, sin embargo, es otra cosa. En las elecciones presidenciales celebradas en los últimos treinta años, los republicanos sólo han ganado en voto popular en una ocasión: el segundo mandato de George Bush hijo en 2004.

Inicios desde el Tea Party

Las encuestas de opinión y los análisis sociológicos reflejan una huida del votante moderado, una reducción de los independientes y una radicalización del militante republicano.

«Los republicanos moderados o independientes han abandonado al partido», explica Alan Abramowitz, profesor emérito de Ciencia Política en la Universidad de Emory. Este reputado experto considera que el Partido Republicano está hoy fuertemente influenciado por lo que describe como «partidismo negativo», es decir que los militantes están más motivados por el rechazo hacia el Partido Demócrata y sus líderes que por sus propias convicciones ideológicas.

Este fenómeno, asegura, precede en realidad a Trump. Comenzó a imponerse en el partido de forma mayoritaria con el Tea Party, un movimiento político conservador que surgió en 2009 enfocado en principio en reducir el tamaño del gobierno, bajar impuestos y oponerse a una reforma sanitaria.

Pronto sin embargo derivó en una plataforma desde la que se ponía en duda que Barack Obama hubiera nacido en EE.UU., dando fuelle a todo tipo de teorías conspirativas. Trump de hecho comenzó a popularizarse entre las bases republicanas cuando comenzó a flirtear con el Tea Party y a poner en duda de forma reiterada que Obama fuera en realidad ciudadano estadounidense y, por tanto, presidente legítimo.

Derechización

Según el profesor Abramowitz, el auge de Trump y sus compañeros de viaje ha ido parejo al éxodo de centristas e independientes. Esto ha hecho que el partido vaya escorándose más y más a la derecha, en un ciclo de radicalización constante. «Lo que ocurrió durante su presidencia es que [Trump] se asoció cada vez más con las posiciones más a la derecha, y acabó alineándose con la extrema derecha durante su presidencia. Y creo que parte de eso es porque percibió como muy leal a la extrema derecha, tanto dentro del Capitolio como en grupos externos como los extremistas Proud Boys. Ellos lo apoyaron a través de todas sus pruebas y tribulaciones. Y entonces él ciertamente se asoció cada vez más con ellos y con sus políticas y posiciones«, explica Abramowitz.

En resumen, Trump ha impuesto que en el Partido Republicano se imponga más la lealtad personal que la defensa de un ideario conservador, en la tradición de un Reagan o un Bush. Visto lo que vaticinan las encuestas, esa estrategia sirve para ganar primarias, pero su efectividad en las elecciones generales está en duda.

Votantes conservadores como Jane McManus se mantienen de momento al margen. Hay, sin embargo, opciones. Ella dice sin pensarlo que votaría a otras alternativas, como el actual gobernador de New Hampshire, Chris Sununu, un republicano tradicional que se ha definido como conservador en asuntos fiscales y moderado en lo social.

De momento, sin embargo, Sununu es a nivel nacional un paria porque es de los pocos gobernantes de su partido que se ha atrevido a criticar abiertamente a Trump tras el saqueo del Capitolio. De momento, eso las bases no lo perdonan. Al menos hasta las próximas elecciones presidenciales.